En este segundo volumen de “Historia Social del Cine en Colombia. Tomo 2 (1930-1959)”, su autor, Álvaro Concha, podría haber añadido una “s” a esa “Historia” del título tal es la candidad de historias grandes y pequeñas, anécdotas, relatos personales, de sociedades privadas y públicas, de empresas, de políticos, actores y gente del cine. Ya avisa el realizador español Fernando Trueba en el prólogo que el acercamiento al libro parece una aproximación a “La Conquista del Oeste” de Hathaway “que vi de niño en Cinerama, porque, como aquella, es un enorme fresco que se despliega ante nosotros y dónde asistimos a la lucha de unos pioneros, un puñado de negociantes, aventureros y soñadores en una naturalea salvaje en la cual intentan introducir un nuevo invento, un nuevo arte, un nuevo negocio, una industria, un nuevo medio de comunicación, información y propaganda.” Es un libro que te invita a tener cerca papel y lápiz tantas son las historias interesantes y personajes de novela que aparecen en el libro. Ese es uno de los primeros méritos que quiero resaltar.
En el movimiento historiográfico de la Historia de las mentalidades que nació de la Escuela de los Annales francesa a mitad del siglo XX de lo que se trataba era de acercarse a la forma de pensar de las sociedades del pasado abarcando todas las manifestaciones de la vida cotidiana y sectores que habían sido marginados de los estudios historiográficos. La Historia de la mujer, de la religión, de las costumbres,…. En esta “Historia Social” el método de Álvaro lo introduce de lleno en una Historia basada en buena medida en su exhaustiva investigacion de la prensa y revistas de la época. Es pues gracias también a una Historia de la prensa especializada que accedemos a la forma en que desde allí se piensa el cine colombiano. Concha realiza a partir de ese despiece, de esa disección de los medios de comunicación y otros documentos su personal aproximación al periodo.
Una Historia del Cine colombiano desde las páginas de periódicos, revistas y otros documentos que insisten una y otra vez (ya desde el tomo anterior) en que Colombia sigue a la espera de la película que inaugure la indústria del cine colombiano. No se si hago un spoiler diciendo que, efectivamente, en 1959, una industria del cine en Colombia todavía no había nacido. Claro, películas interesantes hubo. Personajes individuales que pusieron pasión, entusiasmo y dinero existieron. Pero también no se puede obviar que unas estructuras de Estado y de sociedad no permitieron ese nacimiento. ¿Es pues esta la Historia de una derrota? Por supuesto que no. Las historias de cine nacionales no son comparables y Concha hace bien introduciendo en varios capítulos ejemplos de la Historia del cine mexicano que permite ver algunas diferencias claves para entender porqué el cine mexicano surgió como una potencia en el continente y el cine colombiano no. De esos matices nace la comprensión de esas desigualdades entre cinematografías nacionales en la región.
Me quiero detener sobre la importancia de recoger las Historias de los públicos. Como por ejemplo, las reacciones del público a través de los relatos que la prensa hace de situaciones airadas o festivas. Desde los aplausos ante una escena del Salto del Tequendama en “Más allá del trapiche” (1943) en que los gritos no dejaban escuchar lo que venía después o lo vítores que obligaron a repetir algúno de los rollos en una proyección de “Golpe de Gracia“ (1944). Pasando por las asonadas y destrozos como por ejemplo en la proyección de “Las niñas modernas” (1930) en el Teatro Colombia de Barranquilla. Es gracias a los múltiples ejemplos que encontramos en el libro que podemos percibir por un lado la capacidad de protesta del público colombiano cuando se sentía estafado o censurado y que explican sus gustos como también las actitudes defensivas y censoras de exhibidores temerosos de la destrucción de sus teatros. Por ejemplo como cuando se estrenó “Citizen Kane” en 1943 en el Teatro Colombia de Bogotá. El exhibidor anunció con antelación (probablemente por miedo a posibles destrozos) que: «Avisamos que las personas que no se sientan intelectual y artísticamente preparadas para comprender esta obra en todo su valor, se abstengan de asistir». Es de estos relatos del público, tan escasos en las historiografías del cine generales, que el libro de Álvaro Concha es muy importante.
Una de las constantes que explican el “fracaso” de ese nacimiento de una industria es también la deficiente política cultural de los diferentes gobiernos colombianos del periodo. Se percibe el interés de los gobiernos en el cine únicamente como arma de propaganda como durante la guerra Colombia-Perú (1932-1933) en el Amazonas o como cuando es necesario ensalzar a un presidente. Como en ese recorte de El Tiempo del 21 de agosto de 1934 donde anunciando el Noticiero Nacional nº 31 se lee “Apoteosis del Doctor Enrique Olaya Herrera” igual que en aquellos intertítulos de las primeras películas del periodo silente donde muchas de las cintas acababan con una “apoteosis”. Hay un capítulo dedicado al fracaso de la Sección de Cinematografía del Ministerio de Educación que quería activar un plan para el empleo del cine en la enseñanza escolar. Los altos costes, la baja calidad y probablemente la corrupción hizo que el proyecto no llegara a buen puerto. El periodo trabajado en el libro es un cúmulo de iniciativas fracasadas desde las políticas del Estado para el cine nacional. Esos son sólo algunos ejemplos de los que podrá encontrar en este segundo tomo.
La producción cinematográfica colombiana se basó en este periodo (1930-1959) en la realización de noticieros. Los hermanos Acevedo vienen surfeando desde el periodo silente anterior y siguen consolidando su presencia en buena parte de este periodo. Pero les suceden una gran cantidad de empresas y personajes. Y es que una de las características del trabajo de Álvaro Concha es la investigación por las diferentes empresas productoras y ofrece un catálogo impresionante de apertura y cierre de empresas, traspaso de personal, de capitales y de materiales, escándalos incluídos, que dan fe de la vida comercial del sector del cine en cuanto a la producción no únicamente de noticieros sinó a los escasos ejemplos de producción de films de ficción.
El libro también tiene la voluntad de explicar la historia del cine desde lo económico y como en el primer tomo, la bonanza del café también en años de guerra mundial explica el desarrollo de una sociedad colombiana progresivamente más urbana y cosmopolita en las ciudades. Pero también el libro incide que a pesar del desarrollo económico, las luchas partidistas, especialmente tras el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitan dividieron al páis en una violencia que no sólo marcó el periodo histórico conocido como “La violencia” sino que extendió sus tentáculos mucho más allá. En este sentido el libro dedica un capítulo a la incidencia del fútbol justo como Panem et Circenses compitiendo directamente con el espectáculo del cine. Apoyado económicamente por el Estado el fútbol apareció como forma de distracción de la violencia que tenía lugar en campos y veredas.
En la línea del fútbol como espectáculo popular el libro también incide en dos aspectos que me parecen interesantes desde la configuración del cine como un modelo propio de cultura popular nacional colombiana. Uno es la importancia de los actores de radio en las primeras películas de ficción sonoras y el otro la fuerza de la música popular como elemento trascendental en la búsqueda de una “Alma Nacional”. Los dos elementos provenientes de la Cultura Popular se relacionan con la necesidad empresarial de proponer un cine al “gusto del público”. Por supuesto este choque entre cultura popular y cultura de las élites no es solo própio de la historia del cine en Colombia ya que permea toda la historia del cine mundial. Esa dicotomía entre lo popular y lo elitista tiene su manifestación más clara en la aparición del Cineclub de Colombia en 1949 dónde un grupo de intelectuales y burgueses, liderados por el librero catalán LluisVicens propusieron en sus reuniones mensuales un acercamiento a un cine europeo más intelectual que respondía más a sus intereses de clase.
Estos son sólo algunos aspectos que me han llamado la atención pero insisto que este segundo tomo no defraudará a todos aquellos interesados en la Historia(s) del cine colombiano que como decía al inicio, permite acercarse a la forma en que la sociedad colombiana pensaba su cine.
Julio Lamaña